

Lectura: I Samuel 30:1-31; Hebreos 12:1-4
(I Samuel 30:6) “Y David estaba muy angustiado porque la gente hablaba de apedrearlo, pues todo el pueblo estaba amargado, cada uno a causa de sus hijos y de sus hijas. Mas David se fortaleció en el Señor su Dios.”
Se refiere de Martín Lutero la siguiente anécdota.
"Una vez estaba yo penosamente intranquilo por mis propios pecados, por la maldad del mundo, y por los peligros que rodeaban a la iglesia. Entonces mi esposa, vestida de luto, se acercó a donde estaba yo, y con gran sorpresa le pregunté quién había muerto. Con sus respuestas tuvimos el diálogo siguiente:
--¿No sabes? ¡Dios en el cielo ha muerto!
--Pero, ¿cómo puede Dios morir? ¡Él es inmortal!
--¿Es cierto esto?
--¡Indudablemente! ¿Cómo puedes dudarlo? ¡Tan cierto como que hay Dios en el cielo, es que él nunca morirá!.
--Y, entonces ¿Por qué estás tan desalentado y abatido?.
Comprendí cuán sabia era mi esposa y dominé mi pesar.
El desaliento nos ha asediado a todos en algún punto de nuestras vidas. La Biblia nos relata casos donde algunos de los más valientes de Dios sintieron desaliento.
En el caso citado David, en verdad, tenía razón para sentir desanimado, pero él entendía que no iba a arreglar nada en su estado de ánimo caído. El futuro rey sabía muy bien de donde venía su socorro y por eso obtuvo la victoria. Dijo, "Levantaré mis ojos a los montes; ¿de dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene del Señor, que hizo los cielos y la tierra" (Salmo 121:1-2)
El desaliento solamente puede entrar si quitamos nuestros ojos del autor y consumador de nuestra fe.
¡JESUCRISTO ESTA CON NOSOTROS Y AÚN EN EL TRONO; NADA NOS PUEDE SEPARAR DEL AMOR DE DIOS!
(Salmo 124:8) “Nuestro socorro está en el nombre del Señor, que hizo los cielos y la tierra.”
posted by Prince and Gina Parker @ 11/26/2006 02:42:00 p. m.,